David Rodriguez fue seleccionado este mes como el autor CNE en la categoría cuento. Compartimos dos de sus relatos.
Agujero en la garganta
Escuchando la Voz de Dios (Vox Dei) y con el mensaje de un amiga a cuestas comprendí. Una vez más caí en que me volvió a ocurrir. Yo que me juré nunca más. Que recuerdo como superada la anécdota siempre que puedo dar un consejo, de esos que no son consejos, sino más bien maneras de ver una misma realidad. Yo que renací cuando aprendí a decir lo que me molestaba, para nunca más sentir en el estómago ese fuego que quema más que alcohol en las heridas, que arde más que la angina que me envenena. Yo que me pensaba superado en mi seguridad, hoy soy pollo en el spiedo, pero aún sin rostizar. Siempre está la chance de escapar. La chance de volver a ser uno mismo, ese, el igual, el de nunca cambiar.
A veces las pastillas médicas no funcionan tanto como las técnicas que uno sabe utilizar. Y si, no son para nada convencionales, pero son certeras, como esa palabra a tiempo o ese puñal que hace desangrar. Las drogas hacen efecto, amoxicilina, paracetamol, ibuprofeno, letondal,… pero nada es mejor droga que decir, y evitar morderse la lengua, los labios, por temor al como, temor a como me verán los demás después. Sarta de excusas estúpidas, para esquivar la sanidad y dormir un día más.
Así de fácil es vivir. Ser uno mismo y nada más. No hay casualidad en que la enfermedad afecte directo a la voz. Directo al arma superior. Directo al garguero que no se anima a decir. Al que deja todo por la mitad. Ese que a veces no sabe gritar y es precisamente para lo que está. Pero no solo hablando se saca uno lo que hace mal. Escuchando esa canción del alma que a todo volúmen nos llena los oidos, tambíen es una manera. Porque gritar no tiene una sola forma de expresión. Sanar es mucho más que medicina tradicional. No es físico el tema.
Se nos contamina la mente y el alma que consume directa e indirectamente cosas que no vemos, pero sentimos. No sabemos de donde vienen las balas, como tampoco quién las provoca. Solo sabemos que duelen y tienen sus efectos, igual preferimos cerrar los ojos y los oidos. La boca cerramos y eso llama a todo lo demás a contaminar el terreno. A contaminarnos la esperanza y la fe. A mancharnos el corazón que se reduce a tristeza y malos pasajes. Pero a nadie le interesa allá afuera. La realidad mira publicidades y critica al vecino, se empapa de veneno el cerebro, dejando de lado lo único importante. Ser uno mismo.
Sinfin panorama
Se esfuerza, de sentada lo intenta, pero no puede. Se para y a pesar del miedo a quedar en ridículo si no logra su cometido, vuelve a intentar, pero no puede subir la ventanilla del tren. Un joven, sentado en la misma fila la asiste sin pedir permiso y la chica lo mira agraciada. “De nada”, contesta con gesto amable el muchacho y cuando se sienta ve pasar por el anden a un loco que se pierde con el recorrido. No es un loco, es simplemente un ebrio que casi se cae del vagón por querer subir en movimiento, se calma y piensa en su familia: “No puedo caerme bajo el tren, tengo que bajar los decibeles, me voy a sentar”. Una niña, de la mano de su madre lo observa con preocupación con sus grandes ojos verdosos. El tipo no dice nada y derrama una lágrima. La madre zamarrea a la nena y dice: “No molestes a los vagabundos”. Mientras tanto, la mujer mantiene una conversación efusiva con su marido infiel por teléfono, le suelta la mano a su hija, pierde la noción del tiempo y suena la bocina. Se aproxima el monstruo de ruedas y comienza a mirar a todos lados. Se le cae el celular, cuando mira que la niña esta a punto de tirarse del andén. Un muchacho que corría de los guardas para no pagar boletos, para no llevarla por delante, la alza y la corre del peligro, pero es atrapado y apaleado por un policía. La mujer va directo a su hija y la cachetea. El uniformado, cada vez más violento, le pega en la cara al joven infractor con su macana y no puede parar. Recuerda, de repente, los palazos que su padre le propinó por tocarle la cola a su hermana menor, cuando el tabú de hablar de sexo en su casa no le permitía distinguir lo que estaba bien de lo que estaba mal. El joven queda sin habla, nocaut, o muerto, nadie sabe bien. Lo único que tiene claro es el móvil por el que había saltado el molinete sin pagar; necesitaba llegar a visitar a su madre que, otra vez empastilladla, quedó en terapia intensiva, luego del lavaje de estómago. El mal llamado mulo de la estación intenta sacarlo de encima del pibe, pero llama a otro y otro más. Uno de ellos se pone a llorar y sale corriendo a avisar a sus patrones. El patrón esta entretenido con una prostituta en su oficina, pero el ferroviario no espera y entra sin preguntar, la situación no merece otra acción. Al ver esto, proyecta sus recuerdos en su padrastro, sí, ese maldito padrastro, y de la nada se abalanza a su patrón. Lo mata a trompadas. La chica, menor, por cierto, sale corriendo casi desnuda, rezando que a su padre, el cura del barrio, no se le haya ocurrido salir antes de la parroquia para tomar el tren. Y tiene suerte, ya que el pastor esta en el hotel y no precisamente con su esposa. Su cuñada le pide al oído que se separe mientras se sube arriba de él. El celular suena y la amante le dice: “Es mi marido, me tengo que ir” y sale despavorida. Por la avenida, un chico en bicicleta cae revolcado sobre la vereda por esquivarla y las flores que le lleva a su novia caen desparramadas bajo un camión que también se lo lleva puesto a él. El conductor del Scania, un flaco de 75 años con gruesos anteojos y tapones en las orejas, sigue su camino como si nada hubiera pisado. Un patrullero cerca lo comienza a perseguir, pero el fulano no lo oye ni mira. Luego de advertirle una y otra vez por altavoz, el policía en cuestión decide tirarle a las cubiertas traseras, desestabilizando el pesado vehículo. La caja cae violentamente sobre la vereda llevándose por delante gente y quebrando postes de luz. La cabina explota, tras el impacto y el viejo conductor fallece al instante, sin enterarse la razón. Mientras tanto, el joven uniformado es recriminado por su compañera de trabajo, gritándole que es un asesino, discuten y él le pega en la frente con la culata, ella se desmaya, él sale de la patrulla. Una señora que acababa de salir de la peluquería lo estaba grabando en el momento exacto del golpe a la policía. De inmediato, llama a Emergencias, viendo como el joven huye como si no tuviese placa ni pistola. Un chico intenta reaccionar, luego de ser arrastrado por la caja del camión y dos transeúntes se apuran a socorrerlo. El niño llora y pregunta por su madre, entonces, una señora se acerca y le tapa la visión, pues el pequeño accidentado estaba mirando los cabellos que sobresalían por debajo el camión. Efectivamente, era su madre que minutos antes lo llevaba de la mano para cruzar y evitar accidentes.
Carlos David Rodriguez (03/03/1988). Técnico en Comunicación social, escritor y armoniquista. Actual vicepresidente de la S.A.D.E. Filial San Miguel, miembro de EIMA (Escritores Independientes de Malvinas Argentinas) y columnista de la Revista Nuevas Letras. Autor de los libros de cuentos “De calle, desamores, delirios y suicidas” (2021) y “Los sinsabores de vivir” (2023).
Trabajó en Crítica digital y revistas como RETO o La otra realidad, todas en Capital Federal. También fundó junto a unos colegas la desaparecida revista NUDO Rock y Arte (http://nudorockyarte.blogspot.com/), y ha sido colaborador de la Revista Crepúsculo y del diario Tiempo de Tortuguitas, localidad que lo vio crecer y donde ha conducido dos magazines radiales en FM Country.
Al mismo tiempo, fue dueño de un sueño llamado El Terco Bar Rock, lugar de encuentro de bandas y amigos de toda clase. Tiempo después formó un grupo de rock de covers llamado Peores Nada. Al dejar la banda, luego de rodar por bares de la talla de Mitos Argentinos o XLR, se unió a Espíritu Salvaje.
Sin embargo, nunca se alejó de la literatura y hoy en día publica en su reciente Instagram (davidrodriguez1988) pequeños textos o poemas que son un pantallazo de una forma de ver la vida.
Página web: https://davidrodriguez1988.wixsite.com/elterco