“¿Por qué escribimos?” Una pregunta simple que siempre termina siendo complicada para los autores. Es algo en lo que no reparamos, algo que ya viene con nosotros. Todos sabemos leer la hora en el reloj pero no podemos contestar ¿qué es el tiempo? Que a un escritor le pregunten por qué escriben es como que le pregunten por qué vive. Una pregunta que puede hacérsele a cualquier artista ¿Es el arte lo que le da sentido a nuestra vida?
“Escribo para que la muerte no tenga la última palabra”
Una vez, en mis muchos paseos por los caminos circulares de las redes, me encontré esta frase y me encantó. Siento que define muy bien por qué los escritores escribimos. Hoy me entero, google mediante, que es una frase del premio nobel de literatura griego Odysséas Elýtis. Pero también me encontré con otras cosas. Que esa frase, breve y perfecta, causaba la felicidad de lo poco profundo. Esa calma del primer momento, antes de chocar con lo que sigue en el tiempo.
La frase dice mucho, seamos buenos, habla de la capacidad del arte para hacernos vivir más allá de la muerte. Escapar a ese único saber al que todos accedemos al desarrollar un poco la conciencia. Vencer la muerte manteniéndonos inmortales en la memoria de los demás porque, como se dice, solo muere el que es olvidado. Muy lindo sí, pero al ahondar en lo que es escribir, y como pasa cuando ahondamos en lo que es vivir también, caemos en esa tristeza que nos da conocer y conocernos. Como dice la frase de Elýlis, queremos dejar algo al mundo para el futuro, para poder seguir hablando aun cuando ya nuestros labios no cubran los dientes o sean, directamente, cenizas. Hay algo ególatra siempre en el escritor, en pensar que su “definición del mundo” será la correcta. “El mundo era esto que pensé y que viví yo”.
Amélie NothombMe preguntan por qué elegí escribir. Yo no lo elegí. Es igual que enamorarse. Se sabe que no es una buena idea y uno no sabe cómo ha llegado ahí, pero al menos hay que intentarlo. Se le dedica toda la energía, todos los pensamientos, todo el tiempo. Escribir es un acto y al igual que el amor, es algo que se hace. Se desconoce su modo de empleo, así que se inventa porque necesariamente hay que encontrar un medio para hacerlo, un medio para conseguirlo.
Pasa que la pregunta es muy compleja para un escritor. Cuando le preguntás “Che, y ¿por qué escribís?” lo estás metiendo en una pausa de pensamiento difícil de salir. Es algo en lo que no reparamos, es parte de todo y ya. Es algo que ya viene con nosotros. Todos sabemos leer la hora en el reloj pero no podemos contestar ¿qué es el tiempo? Que a un escritor le pregunten por qué escriben es como que le pregunten por qué vive. Y es ahí, cuando nos aborda esa sensación existencialista de que escribimos como vivimos. Tal vez sufriéndolo, tal vez sin saber porque lo hacemos. Será que (y seguimos sumando razones “buena onda”) los escritores necesitamos con nuestro arte salir de la realidad diaria. Entrar en un mundo donde esta se encuentra bajo nuestro yugo. Que no seamos nosotros los que resultan moldeados por ella sin poder hacer nada.
Y aunque existe la verdadera alegría del que escribe. El que lo colma la felicidad de crear una historia. El que te dice (en su hermosa contradicción) que escribe porque no puede expresar con palabras lo que necesitan manifestarle al mundo. Y es por eso, valga la redundancia, que elije decirlo con palabras pero escritas. Estamos los otros. Los que llegamos a pensar que escribir es un absurdo, que no merece la pena. Pero, como vivir, no podemos evitarlo.
No puedo afirmar que es parte de nuestra escancia. Tampoco podría decir que es una adicción. Pero pasa que los escritores no podemos alejarnos de soltar letras hermanadas con un sentido en una hoja o una pantalla. Me atrevo a emparentarlo más a una maldición. Una cruel y digna de el más incomodo de los cuentos fantásticos. Una maldición que no sabemos definir si nos vino de nacimiento o la adquirimos al contacto con el primer libro de una biblioteca. No sabemos la diferencia porque estamos más preocupados en encontrarle un sentido a la vida con dicha la maldición que por curarla. O, peor, estamos pensando qué escribir. Y finalmente en por qué lo hacemos.
Enrique Vila MatasAh, ya veo, vuelve la vieja y pérfida pregunta. Pero también podrían ustedes preguntarme por qué acabo de hacer un moño en mis zapatos, y por qué no me he contentado con un nudo que, para el caso, me habría servido igual. En algún tiempo remoto, un antepasado hizo el primer moño. Nosotros no somos más que sus imitadores, un eslabón en la cadena ininterrumpida de la tradición. De modo que a quien habría que preguntarle por qué escribo es a ese antepasado, preguntarle por qué quiso ir más allá del nudo.
Es una maldición, no hay duda, que no podemos eludir. Como no puede el hombre maldito transformarse en lobo al ver la luna llena. Como no puede el vampiro evitar tomarse la sangre de quien ama. No podemos dejar de escribir. Aunque fallemos, aunque nunca veamos con cariño lo que hagamos, aunque nunca podamos ni agacharnos para atarle los cordones a los escritores que admiramos, aunque los únicos que nos leen sean nuestros padres (si tenemos suerte que todavía estén vivos para comprarnos un libro).
Entonces, si lo que escribimos no quedará en la memoria de nadie para hacernos hablar después que la muerte. Si esto parece no tener sentido ¿por qué escribimos? ¿Por qué perdemos el tiempo? ¿Por que nos desvelamos, viajamos y gastamos lo que no tenemos? ¿Por qué tratamos lo que escribimos como un hijo al que debemos darle todo lo que tenemos? Puede ser, también, que al escritor lo empuja esa sensación de poder cambiar el mundo. Y, si no es el mundo, hablarle al menos a la gente que si puede cambiarlo. Por eso lo hacemos sin una paga, aunque no debería ser así. Por la sensación del aplauso y escuchar a alguien que te dice que tu obra le cambio la vida. Eso puede ser, o intentamos convencernos de que es eso, lo que nos llena. No los bolsillos, claro, pero sí el espíritu. Y es el espíritu lo que se necesita para seguir aquí. Uno puede vivir endeudado pero no puede vivir con el alma vacía. Por si nunca entendieron porque los millonarios se suicidan.
Eduardo Galeano/ ¿Por qué escribo?
Por qué, no sé.
Pero en tren de buscar explicaciones, podría decir que escribo
porque mi tendencia al pecado me impidió ser santo,
porque en el fútbol siempre fui un patadura,
porque hay historias que merecen ser contagiadas,
porque me divierte desenterrar tesoros escondidos,
porque me duele el dolor ajeno,
porque me goza el ajeno placer,
porque escribiendo devuelvo a los demás lo que de ellos viene,
porque escribiendo juego a saltar el abismo que separa el deseo y el mundo,
porque escribiendo juego a creer que puedo decir lo que quiero decir,
porque escribiendo comparto alegrías, melancolías, descubrimientos, deslumbramientos,
porque de Sherezade aprendí que hay historias que valen un día más de vida,
porque de Onetti aprendí a buscar palabras mejores que el silencio,
porque soy caminante, y cada palabra es un nuevo viaje que empieza.
porque así hablo al oído de amigas y amigos que no conozco
y en ellas y en ellos me reconozco,
y porque siendo, como soy, un inútil total, no puedo hacer otra cosa.
En muchas partes de este texto, parece que me gustaría matar a mi yo escritor. Y, voy a ser franco, muchas veces lo pensé. O, al menos, intentar ser de esos que lo hacen solo como un trabajo. Como quien corta el pelo o arma transformadores en una fábrica. Los que se contraponen a esa sensación romántica de que el arte sale solo de la pasión y la locura. Porque el arte es trabajo, por más que se muestre que no. Mucho trabajo que estos escritores, a los que no resulta emocionante ni mostrarlos, realizan estructuradamente. Sin alcohol, sin hojas tiradas por el cuarto, sin rituales. Escritores que escriben en un horario fijado a la mañana, la tarde o la noche. Escriben lo que le piden, lo entregan y se van a comer.
Pero no pude ser ellos. Ni tampoco matar mi yo escritor. Y ¿por qué no lo hice? Ya dejé en claro que no es por una adicción, pero si que es una necesidad para el escritor escribir. Escribir es una maldición personal. Lejos de ese halo encantador del artista que goza en crear, debemos ser honestos, está ese sufrir permanente de hacer lo que hacemos porque no podemos hacer otra cosa con el mismo amor. Podemos aprender a hacer de todo, pero todo eso será artificial. Bailar, tocar la guitarra, practicar un deporte. Todas estas cosas podríamos dejarlas en cualquier momento. Muchas incluso las aprendemos y las hacemos por obligación. Usar el exel, hacer trámites en el banco, limpiar la casa. Pero escribir lo vamos a hacer siempre. Con una mano quebrada, con sueño, con hambre, aunque no te paguen, aunque no sea buena y, lo peor, aunque nadie te lea.
Por Ezequiel Olasagasti.
Más notas de Ezequiel aquí.
Yo te leo. Y me has dejado pensando por qué escribo… escribir llena mi vida, da rienda suelta a mi imaginación creativa, es un para que a mi existencia. Es una necesidad mía, presente, no para que me recuerden, eso no me preocupa. Te pueden recordar los que te conocieron y hasta que se mueran; más allá, seguimos caminando, viviendo otras vidas, pertenecemos del universo y no nos quedamos con recuerdos, ni sapiencias.
Somos el presente, más allá de entenderlo y eso disfruto, por eso escribo.