La conjura de los necios es una novela para reír. No hay cosa que nos haga pensar más en lo que está mal del mundo que la comedia. En estas épocas sobre exigidas de un pensamiento pulcro que no pueda herir susceptibilidades, es difícil hacer una crítica mordaz sin que te cancelen. Sin embargo, la comedía bien hecha, como es el caso de la conjura de los necios, no se burla de las personas, sino que ataca conceptos.
“Estamos cada vez más metidos en el mundo que describía la novela 1984”. Es una frase que parece no caducar ni perder relevancia. No importa si se dijo en el 2000, en el 2010 o hace una semana. La ciencia ficción no pretende hablar del futuro, sino de su presente y como podría terminar todo de no actuar. Cuando está bien hecha, sobrevive al paso de un tiempo, superando incluso las fechas que pretendieron predecir.
Pero ¿qué tiene que ver esto con la novela que nombran en el título? Preguntarán. Hacía allí vamos. La ciencia ficción puede ser lo primero que viene a la cabeza cuando se habla de pronosticar un posible futuro. Pero, lo cierto es, que toda buena novela trasciende su época y contexto.
“La conjura de los necios” fue publicada en 1980. Su mera existencia ya tiene suficiente material para una nota. Para resumir, fue escrita por el autor estadounidense John Kennedy Toole quien nunca pudo disfrutar el éxito que está cosechó. Toole fue rechazado por cuanta editorial enviaba su manuscrito. Esto agravó una depresión que (entre muchas cuestiones mucho más profundas) terminó llevándolo a quitarse la vida en 1969, con tan solo 31 años. La obra tuvo que esperar más de diez años después de la muerte de su autor para ver la luz ¿Cómo lo consiguió? Fue por la madre del escritor. Thelma Ducoing Toole, como se llamaba la señora, movió cielo y tierra; y golpeó todas puertas necesarias para que el sueño de su hijo se cumpliera, aunque sea post morten. El manuscrito llegó al escritor Walker Percy que, fascinado, insistió para que se publicara.
La obra se volvió un éxito tan grande que fue galardonada con el premio Pulitzer en el año 1981. Fue así que, creyendo haber encontrado la gallina de los huevos de oro, los editores rascaron el fondo de la olla para publicar alguna otra obra inédita de Toole. Así terminó llegando “La biblia de Neón”, una obra que ese autor escribió en la adolescencia y que no estaba al mismo nivel de su opera prima.
Bueno, el resumen terminó de contar la historia casi completa. Sin embargo, les recomiendo que vuelvan a investigarla. Ya que, al leer la “La conjura de los necios”, las referencias a la vida del autor le volarán la cabeza.
La novela es una historia realista que, con el uso del humor y la sátira, retrata la sociedad estadounidense. Es así que Toole, en su obra, termina hablando, queriendo o no, de la mayoría de las sociedades hijas del modelo de pensamiento europeo. Incluso, la sociedad Latinoamérica en sus grandes capitales. Resulta imposible pensar que el autor planeara hablar de una, por ejemplo, Buenos Aires del 2023. Sin embargo, puede verse algo de eso en la historia. Esto no hace más que demostrar, que las sociedades evolucionan en su tecnología más no en sus conflictos interpersonales. Como dicen: “La historia está condenada a repetirse”. Y, podemos agregar, “Solo que ahora el idiota no desparrama su odio en un cuaderno anillado, lo hace en redes sociales”.
La galería de personajes de la novela son de un patetismo enternecedor y despreciable en partes iguales. Policías pusilánimes, afroamericanos oprimidos, miembros de la comunidad LGBT+, empresarios meritócratas estancados y, por su puesto, Ignatius J. Reilly.
Ignatius es el protagonista de la obra. Un hombre al que todos, sea en la obra o sea en la vida real, amamos odiar. Es el principal gancho que sujeta esta historia de hace más de 60 años a nuestra sociedad “moderna”. ¿Qué hace de este un protagonista tan especial? Personajes principales odiables en la literatura hay cientos: Holden Caulfield de “El guardián entre el centeno”, William Stoner de “Stoner” o Rob Fleming de “Alta fidelidad”. Sin embargo, Ignatius es distinto. Los tres personajes nombrados antes son molestos por sus falencias humanas. Miedo, inseguridad, conformismo. Ignatius no teme mostrar sus defectos, esta orgulloso de su maldad y personalidad degradable. La maldad de un sociópata sin ser ese villano encantador de película de Bond. Ignatius es el incel original. Lejos del modelo de líder, masculino, alfa y superior que quieren estos que sea; pero totalmente dentro del molde original en cuanto a actitud y pensamiento.
Antes de que la juventud de hoy reivindicara a Tyler Durden de “El club de la pelea”, al Joker o a Patrick Bateman de “American psycho”. El protagonista de “La conjura de los necios” ya malinterpretaba sus propios textos para justificar un pensamiento de extrema derecha. Ignatius no puede evitar dejar escapar su resentimiento contra un mundo que odia porque no puede dominar. Es conservador, machista y racista; pero con miedo de cualquier persona que pueda confrontarlo. Una persona con conocimiento, pero que no sale de una burbuja de que solo se adapta a lo que cree y le da la razón. Se nos presenta como alguien que nunca hizo nada en su vida, pero que siempre se queja de lo que hacen los demás. Él podría hacer una película mejor que la que está viendo. Podría hacer una música mejor que la que todos oyen, podría hacer un discurso mejor que el de su rival ideológico Myrna Minkoff. Lo cierto es, que nunca hace nada más que criticar desde la comodidad de un asiento que sostenga su voluminoso cuerpo reacio al cuidado. Necesita denostar lo que nunca se animó a hacer. Eso lo mantiene vivo, saber que todos son idiotas; y que él no hace lo que critica porque siempre hay una excusa que se lo impide.
Escribe todo los que vive. Pero eso no es un diario. Para Ignatius, toda reflexión que escupe su pluma es claro que se convertirá en un libro exitoso. Que es la verdad revelada. Se creé el protagonista de un mundo que solo él puede salvar. Es la opinión que todos quieren oír, solo que nadie preguntó. Las páginas de pensamientos de este personaje son sus redes sociales, sin la fortuna que alguien pueda leerlas o se viralicen por accidente. Es su propio twitter, pero años antes. Este diario del personaje dentro de la misma novela solo habla de la genialidad de Toole. Ya que, conociendo su historia, es imposible no ver esa cierta burla a si mismo y su manía de escribir cosas que nadie va a publicar nunca.
Ignatius se considera un líder, alguien que lucha por el bien de la sociedad. Cree estar salvando a un mundo que está a la deriva porque se apartó de los ideales de la edad media. Así es, Ignatius cree en Dios, patria y familia. Sin embargo, no duda en meterse en la lucha de las minorías, pero no por altruismo, sino por él y su ego. Por sentir que puede manejar a esas minorías por ser el hombre blanco poderoso que, cuando sea reconocido, encaminará a esos pecadores. Ignatius es racista hasta que lo enfrenta una persona de color, es homofóbico hasta que lo enfrenta un grupo de lesbianas. Es machista hasta que tiene que pedirle dinero a su madre o el auto prestado a Myrna.
Los personajes de La conjura de los necios son su principal cualidad. El autor no teme burlarse con cada uno de las diferentes tribus que ocuparon su tiempo y que, obviamente, nunca desaparecieron. Solo cambiaron su nombre. El libro se ríe de todos, incluso de los progres que están en las antípodas de Ignatius. Toole posiciona a estos como la voz de la moral. Quienes dicen estar en contra del conservadurismo a menos que, como le pasa a Ignatius, le toquen el bolsillo o el ego. Son en esas situaciones donde, tanto el fascista de Ignatius como su contra parte, la liberal Myrna. O tanto el jefe de la fábrica de pantalones como su “caritativa” esposa muestran lo que de verdad le importa: su bienestar.
La conjura de los necios es un libro para reír. Y pasa que no hay cosa que nos haga pensar más en lo que está mal del mundo que la comedia. En estas épocas sobre exigidas de un pensamiento pulcro que no pueda herir susceptibilidades, es difícil hacer una crítica mordaz sin que te cancelen. Sin embargo, la comedía bien hecha, como es el caso de la conjura de los necios, no ataca personas, ataca conceptos. No se ríe de los cometarios conservadores de Ignatius, sino de la sociedad que permite que una persona así termine ganando siempre por el simple hecho de su posición de privilegio. No se burla de que Myrna sea una mujer de izquierda, sino de los malabares que esta hace para manejar las contradicciones de su vida y su discurso. Myrna representa los liberales que se creen su propia mentira de estar cambiando al mundo, cuando no hacen más que gritar para un puñado de personas en un bar a las tres de la mañana.
Toda la novela es un desfile de patetismo carnavalesco. Algo que se emparenta con el lugar donde ocurre, New Orleans. Hogar del carnaval Mardi Gras. Es imposible que no esbocemos una sonrisa con esos personajes que se parecen a nuestros amigos, familiares o compañeros de oficina. Y también, por que no, a los que se parecen en cierto punto a nosotros. Se habla desde un punto de vista clase mediero. Cada personaje le imprime, en mayor o menor medida, como cree que tiene que vivir ese ciudadano promedio. Un retrato que se mantiene actual. “Progres” que hablan de lo que no saben e “incels” que se creen mas que el resto y solo viven de los ingenuos demasiado generosos.
La conjura de los necios es un libro necesario, hoy más que nunca. Un recordatorio de que los Ignatius j Reilly existieron siempre, y solo cambian el medio por el que canalizan su mensaje. La conjura de los necios es ese paper que no nos sermonea, sino que, a través de la risa, nos recuerda que somos una sociedad dañada, que da risa y que es demasiado necia para cambiar. Por eso, 60 años después, hay tantos Ignatius quejándose por redes con celulares que, todavía, se lo siguen comprando las madres.
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