Los seudónimos: La otra identidad

Los seudónimos en la literatura son mucho más que un nombre inventado. Detrás de cada uno de estos hay también una historia de identidad, machismo, censura y hasta oportunismo. Detrás de la literatura, en esas pequeñas cosas que la rodean, hay historias fascinantes.

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-¡Que extraño! -dijo la muchacha avanzando cautelosamente-. ¡Qué puerta más pesada! 

La tocó, al hablar, y se cerró de pronto, con un golpe. 

-¡Dios mío! -dijo el hombre-. Me parece que no tiene picaporte del lado de adentro. ¡Cómo, nos han encerrado a los dos! 

-A los dos no. A uno solo -dijo la muchacha. 

Pasó a través de la puerta y desapareció. 

Este cuento pertenece a un autor llamado I. A. Ireland. Fue publicado en “Antología de cuentos fantásticos”, publicada por la Editorial Sudamericana. Los curadores de este libro estuvo a cargo, nada más y nada menos, de Jorge Luis Borges, Bioy casares y Silvina Ocampo. Ireland parecería llenar todos los casilleros en cuanto a lo que esta tríada le gusta literariamente, pero ¿Quién es? Resulta extraño que un autor que logra satisfacer el gusto de Borges pase tan inadvertido. Podría ser, claro, un escritor de culto. Sin embargo, conociendo el humor de estos tres colegas escritores no es raro pensar que I. A. Ireland, nunca haya existido.  

La escueta información que podemos encontrar del autor del micro relato la proporcionan los mismísimos Borges, Bioy y Ocampo. Cuentan que I.A. Ireland fue un erudito inglés, nacido en Hanley, en 1871. Descendiente del afamado impostor William Henry Ireland, que improvisó un antepasado, William Henrye Irelaunde, a quien Shakespeare habría legado sus manuscritos. Dicen que el autor publicó: A Brief History of Nightmares(1899); Spanish Literature (1911); The Tenth Book of the Annals of Tacitus newly done into English (1911). Suerte tratando de encontrar esta información en otros lados, ni mucho menos tratar de hallar el libro de Ireland. Teniendo en cuenta que uno de los recopiladores de esto es el autor de “Pierre Menard, autor del quijote” y de varias otras “Ficciones” más. Sumado al sentido del humor que solían manejar los tres. No resulta para nada descabellado caer en la cuenta de que I. A. Ireland es un seudónimo con el que los amigos firmaron un cuento hecho por ellos. ¿Por qué lo harían? Seguro porque les pareció gracioso. Aunque las razones de los seudónimos en las obras pueden nacer de razones varias y más profundas. 

Borges de pie a la izquierda testigo del casamiento de Silvina Ocampo con Adolfo Bioy Casares | CnE
Borges (de pie a la izquierda) como testigo del casamiento entre Bioy casares y Silvina Ocampo.

Seudónimos 

Muchos autores han utilizado otros nombres para firmar sus obras literarias. “Bustos Domecq” era el nombre que ponía la dupla Borges/Bioy para los textos que escribían juntos. Generalmente, los concursos literarios piden a los autores firmar sus obras con seudónimo para no despertar ninguna suspicacia. Para que los jurados no puedan ver afectada su subjetividad por un nombre más o menos conocido. Esto es solo una formalidad, todo autor arderá en deseo que se publique con su nombre original de resultar ganador. Lo mismo si pierde y decide publicarlo por otros medios. Sucede también, que muchos escritores no consideran que su nombre sea el adecuado para un escritor. ya sea por ser muy normal, genérico, sin “punch”, etc. Esto se ve más en plena época de internet, donde un “Juan López” (con todo el respeto que se merecen los Juan López) es más difícil de encontrar en redes o en google que un nombre más estrafalario como Juju Lipantrico o Juan López Pérez Gómez Peralta. Después de mover desesperadamente el árbol genealógico hasta que caiga el último apellido que se le permita.  

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El verdadero nombre del poeta Qutzal Noah es Manuel Sanchez.

Seudónimos con motivo  

Si es difícil hablar en una dictadura, imaginen escribir. No puede ser más que una tarea imposible de realizar sin padecer las consecuencias. Por eso, muchos artistas decidieron ocultarse bajo un falso nombre. Tratando así que sus obras no fueran una pista fácil que lleve a las autoridades a encontrarlos. Durante el gobierno de Stalin, muchos intelectuales opositores vivieron con el miedo de terminar escribiendo sus obras bajo las temperaturas heladas de Siberia. Se dice que Valentín Voloshinov fue un seudónimo usado por Mijail Bajtin, uno de los más grandes críticos literarios del siglo XX, para escapar de la persecución. El escritor argentino, Jorge Asís, escribió en el diario Clarín con el nombre de Oberdan Rocamora entre el ’76 y el ’80 (plena dictadura cívico-militar). El escritor y periodista Rodolfo Walsh, uso el seudónimo de Francisco Freire durante el tiempo que investigo para su libro “Operación masacre”. Esta obra fundaría la No ficción antes de la aparición en escena de Truman Capote. Sin embargo, Walsh nunca temió publicar las obras con su nombre real. De hecho, envió una carta a la cúpula militar que gobernaba ese momento. Un texto que se conoce como “Carta abierta de un escritor a la junta militar. se publicó un día después de uno de los intentos de secuestros y asesinato del escritor y periodista argentino. 

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Rodolfo Walsh.

Menos temible fue la causa del seudónimo “Pablo Neruda“. ¿Cómo? ¿No se llama Pablo Neruda? En su autobiografía, “Confieso que he vivido”, el poeta chileno cuenta que su verdadero nombre era Ricardo Eliéser Naftalí Reyes Basoalto y que creó su seudónimo como un homenaje al Poeta checo Jan Neruda. ¿Por qué? El miedo es la respuesta. Pero no fue miedo a un gobierno ni a los militares. Fue el sencillo miedo a su padre quien no estaba de acuerdo con que su hijo fuera poeta. Finalmente, Neruda terminó adoptando su seudónimo como su nombre legal en 1946. Recibiría el nobel con ese nombre y no que el que le dio el padre que no quería que escribiese.  

Mi nombre es un gran peso 

Hay autores y autoras que deciden utilizar seudónimo mucho después de haber triunfado en ventas. Richard Bachman es el autor de exitosas obras entre las que podemos destacar: “La larga marcha”, “Rabia” y “Blaze”. Un fanático de Stephen King corregirá esto diciendo que esas obras son creaciones de King. Pero un verdadero fanático sabe que Richard Bachman es el seudónimo del escritor de Maine. King utilizó este alter ego por dos razones. La primera, para experimentar con otro tipo de escritura más realista, que lo separe del terror al que sus lectores estaban acostumbrados. El otro motivo fue probar si la gente compraba sus libros por su talento como autor o solo porque las firmaba con su nombre. 

Algo similar pasó con otra autora. Pero por motivos más negativos. La creadora de Harry Potter, J. K Rowling, publicó algunas novelas de carácter más adulto con el seudónimo de Robert Galbrith. Los motivos que esbozó la autora de porque firmaba con nombre masculino son perfectamente razonables. Buscaba que el lector consumiera su historia sin todo lo que “Harry Potter” pudiera acarrear. Tampoco quería que el libro se vendiera solo por ser de “La creadora de…”. Mas no puede ocultarse lo que Rowling no admite pero sabe. Su recientes dichos trans odiantes, la volvió una figura que bordea la cancelación mediática, Esto no ayuda a las ventas de sus futuras obras.  

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King se esforzó mucho para que su alter ego pareciera una persona real.

Cambios de sexo 

La novela “La esposa”, de la escritora estadounidense Meg Wolitzer, relata a la perfección el motivo por que muchas autoras debieron usar seudónimos. Pero no cualquier seudónimo, sino uno masculino. El libro de Wolitzer narra la historia de la esposa de un famoso escritor próximo a recibir el Nobel de Literatura. Y esta, que lo acompañó tantos años, revisa su vida. Recuerda como también ella fue una autora de gran nivel, que se rindió al destino de las mujeres que escriben. 

Fueron muchas las autoras que debieron crear en el imaginario colectivo de los lectores, la idea de que eran hombres. No era que estuviese prohibido para las mujeres publicar una obra, pero había un techo de cristal que no las dejaba crecer. El público era mayormente masculino, al igual que los editores, libreros y críticos literarios. Obras, que hoy se consideran clásicos indicutidos de la literatura universal, siguen firmadas con nombre de varón aunque conozcamos que fueron hechas por una mujer.

La novela fue llevada al cine en 2019.

El caso más conocido es el de las hermanas Bronte. Charlote, Emily y Anne. O, como fueron conocidas en su época, Currer, Ellis y Acton Bell. Consideraron que al publicar con nombre masculino sus obras serían tomadas en serio. El prejuicio de que las mujeres solo escribían novelas rosas no es algo nuevo. De la pluma de estas tres talentosas autoras surgieron obras como “Jane Eyre” (Charlote), “Cumbres borrascosas” (Emily) y “Agnes Grey” (Anne). En su momento, las Bronte pidieron apoyo al poeta Robert Southey por medio de una carta. Este les contestó: “La literatura no es asunto de mujeres Y no debería serlo nunca”. Un visionario Robert. Alguien a quien nadie recuerda hoy por hoy. Al menos, no a la par de las hermanas Bronte.

Fue una constante de la época este cambio de sexo a la hora de firmar la obra. Y quienes no lo hacían, como el caso de Mary Shelley con “Frankenstein” o “El moderno Prometeo”, las publicaban de forma anónima porque: “¿Quien leería una novela de terror gótico escrita por una mujer?”. La autora Amandine Aurore Lucile Dupin publicaba con el nombre de George Sand. Sin embargo, fue más allá. La autora directamente se vestía como hombre para asistir a eventos literarios donde presentar su libro. Eventos que se realizaban en lugares donde el ingreso a las mujeres estaba prohibido claro.  

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Lucile Dupin disfrazada de su alter ego George Sand.

Las ¿Ventajas? De ser mujer 

Muchos autores varones han publicado novelas con nombres de mujer argumentando que esto le beneficia a la hora de ser leídos por un público especifico. Autores como Armando Fernández, Ian Blair, Gordon Aalborg han firmado varias obras con seudónimo femenino ¿La razón? Si bien no es una sola la causa de esto, es sospechoso algo que se repite en todos los casos. El consejo de publicar con nombre de mujer viene de parte de los editores. Cuando estos escritores decidieron escribir novelas románticas, a los jefes de sus respectivas editoriales les pareció más acertado que los autores se hagan pasar por autoras. Desde su “Visión de Marketing”, un género, teóricamente más leído por mujeres, tendría mejores ventas si la autora también era mujer. Es decir, que un hombre se haga pasar por mujer no tiene que ver con disparidad de género, falta de lugar en el mundo literario u oportunidades. Es solo una movida de marketing.  

Esto mismo pasó con Carmen Mola, seudónimo que utilizaron los escritores Jorge Díaz, Agustín Martínez y Antonio Marcero. Haciéndose pasar por una autora, este trio ganó el premio del Editorial Planeta. Se generó cierto revuelo alrededor de esto ya que se planteó la idea que, este trio de escritores, utilizó el nombre de una mujer porque ellas tienen más chances de ganar en estos tiempos de corrección política. Sea cierta o no está teoría, resultó ser un arma de doble filo para los autores. Queda planteada la idea que sus ventas son más producto de esta polémica que funciona como estrategia de marketing. Y, además, dejaron entrever la idea que se necesitan tres autores hombres para llegar al nivel de una escritora mujer.  

Por Ezequiel Olasagasti

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