Una literatura no tan descartable

Es extraño nombrar un movimiento artístico por el material con el que se fabrica, pero fue justo eso lo que pasó con la literatura Pulp. El término “Pulp” se refería a la pulpa de madera que se empleaba para hacer el papel barato en el que se imprimían estas historias. Se la conocía también como novelas de diez centavos y proliferaron como la peste en cada puesto de diarios desde los años ´20 hasta pasados los años ´40.

Literatura Pulp
Clásica revista Pulp con cuento de Ray Bradbury.

Las historias Pulp satisfacían una demanda simple: desconectarse de la realidad. Con un mundo entre guerras y sumido en una crisis económica sin precedentes, la gente buscaba cualquier cosa que la hiciera pensar en otra cosa. O, mejor dicho, que no le permita pensar en su realidad. En base a esta demanda fue que se moldearon las características generales de la literatura Pulp. Abarcaban casi todos los géneros literarios en los que se pudiera contar una historia extravagante, exagerada y, sobre todo, llena de acción sin pausa. Por eso los favoritos de los lectores eran las novelas de terror, las de ciencia ficción, las historias eróticas y los policiales negros. Lo importante para estas obras era proporcionar una lectura ágil y atrapante. Que no perdiera tiempo en las descripciones, el lenguaje poético o la construcción de personajes. No les importaba dejar un mensaje para la posteridad como hizo Flaubert en “Madame Bovary” o hacer una crítica social como hizo Charles Dickens en novelas como “David Copperfield” o en “Cuento de Navidad”. Una buena novela Pulp debía estar llena de acción, violencia y sexo desde la primera hoja. No, eso no empezó con Wattpad.
Las novelas Pulp no eran una escuela de escritura ni de creación de personajes. Mucho menos, una vanguardia que buscaba romper con las convenciones. Se explotaba todo lo que estuviese de moda en ese momento: historias western, bélicas, de marcianos, de adolescentes cachondos, lo que fuera. Era una diversión del momento, algo casi descartable.

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Los niños compraban sus revistas Pulp en los puestos de diarios. Muchos, trabajaban para estos repartiendo periódicos.

Un escape a la censura

Fue esa facilidad de lectura lo que las hacía adictivas, sobre todo para la juventud. Los niños y adolescentes de la época no contaban más que con una radio en sus casas, que además controlaban sus padres. La televisión, para los pocos afortunados que tenían una, tampoco era un buen refugio ya que los programas de ficción o las películas eran por demás escasos. El cine resultaba costoso para la mayoría y no llegaba a las regiones más alejadas de las grandes ciudades. Este sufría también en esos años la censura del llamado “código Hays“. Este código era una serie de reglas que le habían impuesto a los estudios para que las películas fueran más acorde a la “moral y las buenas costumbres”. Esto daba por resultado que se realizaran películas que omitían por completo cualquier atisbo de violencia, lenguaje soez o sexo en ella. Para tener una idea, un beso en una película según el “Código Hays” solo podía durar tres segundos y no mostrar pasión ni lujuria. Estaban muy preocupados por la influencia negativa en las mentes jóvenes sin preocuparse que en los diarios salían imágenes de los soldados combatiendo en las guerras mundiales.
Pero los adultos podían quitarles todo a los niños menos su imaginación. La sed de sangre, aventuras, violencia y diversión fue saldada por esos pequeños libros que podían comprarse por unos centavos e incluso cambiar con sus amigos después de leerlos. Era imposible, además, para el cine y la televisión competir con las historias que se narraban en estos libros. Y ni hablar de tratar de adaptarlas. No solo era un impedimento el código Hays sino también los costos que podían generar y la falta de efectos especiales en esos años. Sin embargo, se trató de adaptar algunas historias policiales cuando estaban de moda los film noirs.

Perdición“: película basada en una novela de James M. Cain. Raymond Chandler colaboró en el guión.

Alta demanda y bajo costo

La demanda llevó a que las editoriales Pulp se adapten a su tipo de público. Debían crear libros que fueran económicos para su público que, en su mayoría, eran niños y jóvenes de un bajo nivel adquisitivo. En un buen año, se llegaban a vender hasta un millón de libros de literatura Pulp. Esto generaba una ganancia de casi cien mil dólares en los años treinta, traducido a dinero de hoy rondaría en el millón y medio de dólares. Todo con una inversión mínima en costo de producción con un formato tipo revista de hojas amarillentas y en un papel de mala calidad.
En lo único que no escatimaba en gastos este tipo de libros era en las portadas. Al haber tanta competencia era imperioso resaltar de algún modo ya que, como todos sabían, la historia del interior era más o menos igual a todas las demás de la literatura Pulp. Fue por esto que las editoriales intentaban captar la atención del lector a través de dibujos llenos de acciones, colores chillones y un papel preponderante de la figura femenina sexualizada para despertar la líbido de los lectores. Nada de una novela Pulp te aprueba, hoy en día, un examen de “corrección política”. Es necesario verlas con los ojos y el contexto de esa apoca.

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Páginas de una revista Pulp de la época.

Máquinas de escribir humanas

Los escritores del Pulp eran particulares. Parecían personajes sacados de sus propias historias. Estos eran antisociales, huraños y borrachos que vivían en las partes más bohemias y marginales de las grandes ciudades. Tenían una prolificidad literaria envidiable. Eran máquinas de escribir con máquinas de escribir a cuestas. De hecho, un escritor de Pulp cargaba tal demanda de trabajo que tenía hasta dos o tres máquinas de escribir en su cuarto y, en cada una, estaba escribiendo un libro distinto para entregar a la editorial. Se puede deducir que la gimnasia que le provocaba el excesivo requerimiento de obras nuevas le permitía pasar de una historia de hombres pulpos del espacio exterior a develar quién es el criminal que manda cartas a sus víctimas antes de asesinarlas. Algunos autores veían en el Pulp un lugar donde ganar dinero fácil por escribir libros que no le llevaban mucho esfuerzo. Les permitía la diversión de escribir historias descabelladas sin preocuparse por si estaban haciendo un desarrollo de personaje profundo o si estaban desparramando bien las pistas para que el lector entienda el mensaje final. Temas e historias que no se animarían a presentar como un libro de carácter más serio. Esa es una de las razones por las que muchos escritores de este movimiento firmaban sus obras con seudónimo, aunque algunos lo hacían porque escribían para varias editoriales a la vez.

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Portada de la revista Pulp “Weird tales” anunciando uno de los cuentos ahora clásicos de H. P. Lovecraft

Las revistas Pulp fueron tierra fértil para que grandes escritores hicieran sus primeras armas. Entre todo el mar de seudónimos anglosajones podemos resaltar nombres que hoy en día son referentes de algunos géneros. El maestro del terror, H. P. Lovercraft escribía para revistas Pulp. Algunas de sus historias más famosas del escritor de Providence nacieron en esas páginas amarillentas y rasposas, por ejemplo: “El llamado de Cthulhu”, “El horror en Dunwich” o “Herber west, Re-animator” que luego fue adaptada al cine. Por el lado de la ciencia ficción tenemos a Philip K. Dick con gran cantidad de ficciones que fueron revaloradas mucho tiempo después. Su libro “¿Sueñan los Androides con ovejas imaginarias?” fue adaptado al cine con el nombre de “Blade runner” por el director Ridley Scott. También se sumó a la fiesta otro grande de la ciencia ficción como Ray Bradbury. El bueno de Ray aprovechó la oportunidad que brindaba el mercado del Pulp para tantear las primeras historias de lo que después formarían su libro “Crónicas marcianas”. Es menester mencionar a Edgar R. Burroughs que en esas revistas dejó para la posteridad el clásico “Tarzan”. Raymond Chandler fue otro escritor del movimiento junto a otros como: Arthur C. Clarck, Joseph Conrad, William Sidney Porter (O Henry). Y la lista puede seguir. Incluso escritores de corte más intelectual como Tennessee William se pasearon por el Pulp y el curioso caso de un autor llamado L. Ron Hubbard. Este último por ahí no les suene tanto de la literatura pero si les digo cienciología tal vez sí. Este hombre fue un escritor de novelas Pulp de ciencia ficción, al ser tan malo como escritor decidió ir a por un negocio más lucrativo, armar su propia religión usando partes de sus novelas. Pero esa es una historia muy larga que no viene al caso.

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L. Ron Hubbard: Escritor de ciencia ficción y fundador de la cienciología

Haya sido su intención o no, la literatura Pulp tuvo una función esencial en cuanto a acercar el arte a la masividad. La mayoría de las historias que se retrataban en los libros y revistas Pulp estaban basadas en las grandes obras del siglo XIX. Historias como “Dracula” de Bram Stoker, las historias de ciencia ficción de Julio Verne y H. G. Wells, el policial de Conan Doyle y Edgar Allan Poe o las historias de aventura de Jack London. Todas fueron la materia prima con la que se construyó el movimiento literario Pulp. El problema de esas grandes obras era que iban destinadas a la élite alfabetizada de la época. Por lo tanto, tenían un nivel de creación más elevado y prohibitivo para la mayoría de la población que a duras penas si había leído algunos pasajes de la biblia. El papel de los escritores de la movida Pulp fue acercar este tipo de historias a la juventud que, aunque tenía un nivel de alfabetización mayor, todavía no estaba al punto de entender el estilo de escritura de finales de siglo XIX y, menos aún, contaban con la capacidad económica de comprarlos solo por gusto.

Su influencia en la cultura pop y el presente

Hoy, este movimiento artístico adquiere cierta revalorización por parte de la literatura y el cine. Muchos autores, guionistas y directores admiten haber sido ávidos lectores de este tipo de literatura en su infancia. Siempre, los movimientos artísticos que en su época fueron considerados menores con el tiempo son rescatados como inspiradores de los genios del presente. En Argentina, por ejemplo, en su época se tildaba a Roberto Arlt de ser un escritor menor y hasta poco talentoso. Actualmente, es nombrado como uno de los principales referentes de la literatura nacional. Stephen King cuenta en su libro/autobiografía, “Mientras escribo”, que aprendió mucho de los libros Pulp que compraba por centavos en las gasolineras. Según King, estos le servían o bien para alimentar la imaginación o bien para aprender muchas de las cosas que nunca debería hacer como escritor.
En los últimos años hubo una explosión de películas basadas en literatura Pulp que llegó de la mano de grandes productoras. Y es imposible pensar que obras clásicas del cine como: “La masacre de Texas”, “Viernes trece”, “Marcianos al ataque” y “La guerra de los mundos” (entre tantas otras); hubieran existido sin la influencia de este movimiento.

“Electric dreams”, serie de Amazon basada en los relatos de Philip K. Dick.

El Pulp nos acompaña hasta nuestros días más allá de las páginas de los libros. Se ha adaptado casi como una cultura que demuestra, sin tapujos, que le gusta contar ese tipo de historias directo al hueso. En Latinoamérica, no fuimos ajenos al movimiento aunque nos llegó varios años después. Las sagas de libros de “Elije tu propia aventura” fueron el entretenimiento de la juventud desde los ochenta hasta esta pandémica segunda década del nuevo milenio, en menor escala obviamente. Sin embargo, los que hoy peinan canas siguen apostando al Pulp. No solo rescatando obras clásicas y haciendo nuevas adaptaciones sino también creando sus propias historias nuevas. Editoriales como: Pulpture, Dlorean, Neonauta y Darland, entre otras, apuestan a la publicación de obras que sigan e intenten mantener vivas las pautas del estilo Pulp. En Argentina, son autores como Walter Lezcano con su libro “Fractura Expuesta” (Editorial Interzona, 2015) y Mariano Buscaglia con su “Trilogía del cuchillo” (Editorial FAN, 2015) los que incursionan en este género mezclándolo con el ser nacional. El primero desde la vista contemporánea del conurbano bonaerense mientras que Buscaglia hace una especia de western criollo que mezcla el Martín Fierro con los Cuentos de la cripta.

Por: Ezequiel Olasagasti

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